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No son polvaredas, ni es niebla; se trata del humo que se alza desde las fogatas donde se cuece el tónari (pozole con carne de res o de chiva). A un kilómetro del albergue Agua Zarca, yace una pequeña capilla escoltada por un cerco empedrado; ahí se trepan los escolares para aguardar la ceremonia tradicional. A un costado de la iglesia, tres mujeres mayores atizan las brazas y menean los trozos de carne de res y un caldo que borbotea como queriendo derramar de los cazos de tambos de lámina. Otras mukiras (mujeres) amasan y extienden sobre el comal las tortillas de maíz. 

 

De pronto, los flancos y el atrio del templo se han vestido de coloridos y alegres rostros. Unos conversan, otros ríen; más allá se acomodan sobre improvisadas bancas de piedra o de tronco; otros se visten con atuendos propios para el ceremonial y los viejos toman lugar al pie del campanario, para acompañar con el violín y la guitarra la danza de los matachines. Es la fiesta del cierre tradicional del encuentro indígena, a la que la comunidad indígena de Agua Zarca ha convocado para agradecer la presencia de estudiantes indígenas y maestros.

 

En el atrio, paralelo a la cruz de la iglesia, se han colocado tres cruces para la danza del Yúmari. Al pie de las cruces envueltas de manta están varios waris (canastos) y ollas de barro que contienen maíz y batari (teswino), símbolos de los principios comunitarios allí depositados. Las loas que externa el ceremoniero ---owirúame (curandero)--- con un mono cántico profundamente religioso, son acompañadas por el grupo de danzantes infantiles que giran solemnes alrededor de las cruces. 

 

Al interior del recinto, niñas y niños, mujeres y hombres, se han colocado en los costados. Al centro, los matachines aguardan las instrucciones de los capitanes para seguir el baile religioso. Del violín y las guitarras asidas por los músicos sentados al pie del altar, surgen las notas que acompañan la tradicional danza dirigida por el monarco, quien, al girar pulsando una sonaja, ondea una colorida bandera estampada con la Virgen de Guadalupe. Los danzantes lo siguen en su solemne trayectoria y en consonancia con los gritos de los chaperones. El rezo es danza y la danza es rezo. Vueltas, giros, ciclos. Un simbolismo al que acceden los infantes, danzando, para contribuir así a la perennidad de su cultura madre.

El cierre tradicional

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